El mar siempre fue símbolo de vida, inmensidad y calma. Hoy, sin embargo, se está convirtiendo en un espejo inquietante del cambio climático. El nivel del mar ha subido más de 20 centímetros desde el siglo pasado, y su ritmo se acelera cada año. Puede parecer poco, pero para millones de personas que viven en zonas costeras, significa perder su hogar, su historia y su futuro.
Los océanos absorben más del 90 % del calor atrapado por los gases de efecto invernadero. Esa carga térmica los transforma: el agua más cálida alimenta huracanes más violentos, destruye los corales, altera las rutas migratorias de especies marinas y modifica el clima global.
Las ciudades costeras —de Miami a Manila— enfrentan inundaciones cada vez más frecuentes. Los manglares y arrecifes, barreras naturales contra las tormentas, desaparecen por la presión humana y el aumento de la temperatura.
Proteger los océanos es protegernos a nosotros mismos. Significa reducir la contaminación, detener la sobrepesca, restaurar ecosistemas marinos y apostar por energías limpias que no sigan calentando sus aguas. El mar no es infinito: es un organismo vivo que nos sostiene. Y si lo dejamos morir, con él se hundirá la historia de nuestra especie.

