En las montañas y en los polos, el hielo guarda los secretos del planeta. Cada capa congelada contiene el aire, el polvo y las huellas del clima de hace miles de años. Pero esos archivos naturales están desapareciendo ante nuestros ojos.
Los glaciares se derriten a una velocidad alarmante. Groenlandia pierde 270 mil millones de toneladas de hielo al año. En los Andes, montañas que antes brillaban blancas ahora lucen heridas grises. El Ártico, que alguna vez fue un escudo reflejante del planeta, se está transformando en un océano oscuro que absorbe más calor.
El deshielo no es solo un fenómeno lejano: sus consecuencias nos alcanzan a todos. Aumenta el nivel del mar, altera las corrientes oceánicas y amenaza el suministro de agua dulce para millones de personas. Cada gota que se derrite en los polos termina, tarde o temprano, en nuestras costas.
El hielo que se pierde no volverá en siglos. Y lo más trágico es que su desaparición no solo borra parte del paisaje: borra una parte de nuestra historia climática. Frenar el deshielo es frenar el olvido. Es recordar que el futuro aún puede escribirse en hielo, no en ceniza.

